En mi pueblo Trujillo, durante la época de Pérez Jiménez, había una bodega que se llamaba “Onza, tigre y león”, muy concurrida y de parada obligatoria, por ser la mayor y mejor surtida con todo tipo de mercancía.
En dicho establecimiento los fines de semana los campesinos se surtían de alimentos para animales, especialmente para aves de corral, puesto que el dueño, Don Eugenio, era aficionado a las peleas de gallo. Allí había un cartel vistoso que decía “No fio porque pierdo lo mío”.
En esa bodega, me llamó la atención unas cotidianas expresiones que se repetían, que si mal no recuerdo, decían: ” tate quieto, Ortelio”, “Ya vienes con una de Ortelio”, “deja que Ortelio descanse en paz “, ” ya saliste con una de Ortelio”, “Ponle una de Ortelio, “Esa coba no te la como porque está en el libro de Ortelio”.
Estas máximas populares se hicieron famosas en el mentis pueblerino de un grupo o sector a la hora de juzgar a un individuo experto en meter cobas, mentiras, engaños, fraudes, embauques, cuentos de camino.
Esto sucede en cualquier ámbito social; nos referimos al arte de mentir o “cobear”, bien sea, como un mecanismo de defensa, una salida airosa o síntoma de posicionamiento, ante una situación incómoda. Se le considera una salida salomónica ante una dificultad o apremio.
Ortelio, me decía, Don Eugenio, “era un personaje, un libro viviente, analfabeta, oriundo de las altas montañas andinas que rodea al pueblo de San Lázaro”; de allí se vino a Trujillo a temprana edad donde se destacó como albañil y gallero famoso; llegó a ser experto como juez de peleas de gallos, su gallera llegó a tener 200 gallos de pelea.
Conocía todas las trampas y trucos para que sus gallos salieran airosos en cada pelea, y su fama hizo posible que tres ricos muy respetables pusieran bajo su custodia 30 gallinas finas de mucho pedigree, traídas de Cuba y España para sacarle cría. Tremenda responsabilidad, no por las gallinas, sino por la reputación: un juez, un jefe de policía y uno que tenía fama de matón. Aceptó el trato y junto a su hijo mayor Hercilio, de apenas 10 años, construyó un corral especial para albergar a tan especiales aves.
Un día, Ortelio como albañil fue contratado por una empresa para construir tres edificios en la ciudad de Maracaibo, que lo obligó a ausentarse, dejando a las gallinas bajo la responsabilidad de su imberbe hijo. Pasados seis meses, volvió Ortelio y la sorpresa fue mayor, las gallinas habían desaparecido, los sermones iban y venían.
¿Qué hago ahora? -se decía- nada. Regresó a Maracaibo y cada vez que regresaba para llegar a su casa, cambiaba por veredas para no dejarse ver de sus patrones.
Al año, su hijo Hercilio, culminó los estudios de sexto grado, y su maestra hizo un paseo de despedida escolar hacía el Monumento de la Paz. Al subir la montaña avistó un curioso hilo, tomándolo en sus manos, siguió la ruta del mismo, conduciéndolo a la famosa cueva de la Virgen de la Paz y allí consiguió las 30 gallinas echadas. También vio tantos huevos, que se mantuvieron tres días cargándolos en tobos para su casa, llegando a recoger 500 huevos.
Al llegar Ortelio, oyó la historia, pero no sintió la alegría por el rescate, sino que le contó a su hijo que su mayor alegría era haberse caído de pie de un octavo piso, saliendo ileso, pues solo se le dañó el “contrafuerte” de sus botas. Esta fue la mayor salida salomónica de un par de “mentiritas frescas”. De esta vaina salimos premiados, “con la suerte no hay quien pueda”. Don Eugenio, remató “hijo de gato, caza ratones”.
CUENTOS POPULARES QUE DESNUDAN LA VIDA URBANA, SUS DESVELOS Y ANGUSTIAS, SUS ADAGIOS Y REFRANES,LOS MUERTOS QUE SE RESISTEN A MORIR, LA HUMANIZACIÓN DE ANIMALES´LOS PAYASOS,LOS BURROS Y BURRAS ...SIEMPRE CON LA IDEA DE RECREAR Y LLEVAR UN MENSAJE SOBRE LOS VALORES.
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