Yo lo vi, lo viví, estuve allí; los tres eran mis amigos, juntos vivimos historias de todos tipo, como le sucede a la mayoría en su juventud, en sus aventuras, en ese afán que se mueve más en la suerte y en el azar que en los dictados del sentido común, en muchas de ellas salimos con las tablas en la cabeza.
Ramiro Cortéz, Juan Gómez y Antonio Milla eran buenos parranderos. Con ellos asistí a un matrimonio de unos parameños en un pueblito llamado “Burrero” de Santiago en el municipio La Quebrada, estado Trujillo, llamado así, por la venta y superpoblación de este tipo de semovientes.
La fiesta era en una casa grande y solariega, con un inmenso patio que servía de corral para descanso de las yeguas, mulas y sobre todo burros, mientras sus dueños bailaban; había de todo: música de cuerda, comida y parejas de sobra, las muchachas todas bellas y maquilladas con el denominado “carmín” muy propio de nuestras abuelas.
En este tipo de festejo campesino se anda por el camino del medio; el dueño de la fiesta y padre de la novia abre el baile ofreciéndole a su hija -como es la costumbre- para iniciar el baile una estrofa que recuerdo decía así:
“Eres como una vientecito
que abre ventanas por la mañana
hoy te casas blanca palomita
vuela a traer aromas a esta tu linda casita…
que abre ventanas por la mañana
hoy te casas blanca palomita
vuela a traer aromas a esta tu linda casita…
Terminada la copla como signo de respeto, le seguían los música a todo dar; así mismo cada parejo que pretendiera bailar una dama, debía ofrendar una copla a su pareja.
La sala era grande y no cabía una pareja más. Ramiro era un hombre fuerte, dos metros de estatura, usaba guayabera blanca, sombrero dominguero “Pelo e Guama”, fumador, pendenciero cuando la situación lo amerita y buen catador de bebidas espirituosas; se dispuso a sacar a bailar una dama, pero un parameño bien fornido, con cara de pocos amigos respondió por la dama en tono autoritario: “¡La dama que usted pretende no sale a bailar con nadie, mientras yo esté aquí!”.
Era un reto en las propias narices de mi amigo Ramiro, el parameño era un hombre pendenciero, que no se sentaba porque la daga que cargaba no se lo permitía. Además, se veía acompañado de una caterva de parameños de los llamados “malas pulgas”. El incidente llamó la atención de todos los presentes, que obligó a varias parejas a abandonar la sala, pues se corrían muchos comentarios sobre la presencia de los parameños; no obstante, mi amigo Ramiro, dejó pasar un tiempo y repitió la solicitud a la dama que era el centro de admiración por su natural belleza, la respuesta la dio de nuevo el parameño, pero en esta oportunidad con mayor agresividad, al punto que se veía venir una trifulca; así fue, al salir Ramiro al patio, fue insultado y tuvo que defenderse al ver que una docena de parameños comenzaron a agredirlo; la pelea colectiva termina debajo de una recua de burros, cuando Ramiro le lanza un “barrecampo” al parameño de la dama; éste se agacha y Ramiro da en la frente de un burro, matando al cuadrupedo y logrando que los parameños se retiraran en estampida. La fiesta continuó y Ramiro se coronó la dama.
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