miércoles, 11 de enero de 2017

CUENTO "JUAN PARRANDA" ( AUTOR SAÚL BRICEÑO FERNÁNDEZ, 2016 )

Quien quiera leer la estampa social de un pueblo o caserío, debe posar la mirada en los personajes y refranes que surgen de ese juego dialéctico entre ser, tiempo y costumbre, ahí está el alma de lo que nos identifica –así le oímos decir a nuestro recordado y longevo maestro Juvenal, en las incontables y amenas tertulias que compartíamos todas las noches en la Plaza Bolívar del Trujillo capital. A propósito, estando en una de esas interminables colas en una entidad bancaria, conocimos la historia y anécdotas de Juan Parranda, quien llegó a tener 39 hijos en su atinada y azarosa vida sentimental, contada por el famoso “Juan Cañaña” quien tenía el mejor ”alambique” de miche sanjonero del caserío ‘El Sandoval’, sitio turístico, donde había una caudalosa quebrada, donde se daban cita bellas muchachas, cual enjambre encantador. Juan Parranda –decía el cotertulio– era alto, flaco, usaba lentes Ray Ban enchapados en oro, pantalones vaqueros con bota ancha y botines machotes. Antes de irse a una fiesta se leía unas oraciones para enamorar; siempre cargaba una agenda para registrar las posibles fiestas o bailes y afinar sus infalibles recursos de “pica flor”. Juan Parranda, siempre andaba con sus dos inseparables amigos de farra; el primero, cuarentón, era físicamente una copia al carbón del recordado Daniel Santos, un berraco al estilo ”galipavo”, era especialista en damas maduras y corridas en cualquier pista; el segundo, era de baja estatura, rechoncho y bailaba como un trompo chachare. Los fines de semana, el trío paraba una fiesta en cualquier lugar, gracias a que Daniel Santos tenía un ” tocadiscos” de cajón, muy propio de la década de los sesenta, con una selección de música de Billo’s Caracas Boy y Los Melódicos. Esta herramienta le permitía tomar el dominio de la fiesta, y cuando ésta no marchaba a su favor se llevaban el aparato, dejando atrás una trifulca. El teatro de operaciones era el caserío El Sandoval, allí se enamoraron los tres parranderos, pero una de las chicas también era pretendida por un campesino “curioso” llamado “Pedro cuchillo”, quién no veía con buenos ojos la presencia de los tres intrusos.Un día –contaba Juan Cañaña– subían los tres encantadores parranderos por el cerro El Sandoval a visitar las novias y, de pronto, les salió un inmenso tigre, cuyo rugido se oía en las profundidades de la quebrada, los tres, luego de tirar infinidad de plegarias, corrieron como alma que lleva el diablo; pero el amor llama y volvieron a subir por otro camino. Pero la sorpresa fue mayúscula, se les apareció un burro descomunal, que tiraba patadas eléctricas hacia todos los lados. Los tres parranderos tiraron de nuevo tres glorias y le cayeron a palo al burro, y lo lanzaron por un barranco. A la semana, se veían bajar muchos campesinos al hospital donde Pedro Cuchillo yacía con media docena de costillas fracturadas. Juan Parranda, se deleitaba contando sus anécdotas al compás de aquella canción de Antonio Aguilar que en algunas estrofas lo desnudaba… La triste historia de un ranchero enamorado/ que fue borracho, parrandero y jugador/ era valiente y arriesgado en el amor/ a las mujeres más bonitas se llevaba/ y en los campos no quedaba ni una flor/ cuídate Juan que por ahí te andan buscando.

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