En nuestras horas de conticinio, en esa estancia de soledad y regazo, que nos induce a evocar el tiempo pretérito y la fuentes de nuestra natura, nos permite hacer lectura con miradas profundas, las vivencias incrustadas en los retratos de familia; además, del afecto, respeto y espiritualidad, que emanan de esa estampa imperecedera que cuelga en alguna pared de mi hogar: el retrato de mi madre. Viene a mi memoria, cómo era mi casa materna, y puedo recordar, que era así más o menos si no exactamente como lo narro:
Entre paredes de bahareque estaba construida mi casa, era una sala larga, de aproximadamente 13 m2, de techo de zinc sobre rolas de madera, dividida en dos cuartos, cuyas paredes eran elaboradas con “biombos“ de cartón piedra; en la parte trasera de mi vivienda había un patio con un pequeño jardín, donde abundaban plantas, flores y algunos árboles frutales, todos muy andinos; además, un horno y un fogón para elaborar panes, luego sustituido por una cocina de Kerosene. La vivienda era indiana, muy análoga con el tipo de vivienda indígena legado de nuestras ancestro aborígenes Timotocuicas, pues, nuestros padres provenían de nuestros páramos; ella de Mimbate y él de la Pedregosa. Éramos cuatro hermanos: Julio Alberto Briceño (+), Saúl, Jorge Ignacio (+), Gilberto; perdimos a nuestro padre siendo aún muy niños; mi madre María Lucinda Fernández Briceño, se hizo cargo de nosotros a pesar de todas sus carencias de tipo material, pero con una grandeza espiritual y afectiva, que se convirtió en el valor agregado que requiere un hogar para mantener la luz de ese farol que llamamos hogar.
Que grande fue mi madre, valiente, honesta, de carácter maternal inconfundible; nos cuidaba como la gallina cuida sus pollitos debajo de sus alas. Recuerdo que siempre nos bajaba a oír misa en la Catedral de Trujillo, hicimos todos la Primera comunión en manos del obispo Monseñor José Ignacio Camargo de la diócesis de Trujillo y, nos conducía al taller fotográfico del recordado y respetado Sr Enrique Zuleta, allí nos retratábamos al lado de la imagen del corazón de Jesús, todavía permanecen esas bellas imágenes en cuadros con sus respectivas “Cañuelas”. En navidad siempre se esmeraba por hacer las mejores hallacas, su pesebre era igual, allí dejábamos la carta al niño Jesús pidiéndole el regalo deseado; le abría las puertas al niño Jesús para colocar debajo de la almohada, dentro de los zapatos o debajo de la cama el regalo del niño Jesús; era una inmensa alegría el amanecer del día 25 de Diciembre y conseguir el regalo esperado; aunque no aparecía el que nosotros pedimos en la carta, quedábamos contentos; hoy sabemos las razones porque el niño Jesús no podía complacernos con la bicicleta, patines; lo mismo ocurría con la llegada de los Reyes Magos.
Allí aprendí los valores que templan el carácter y moldean esa arcilla humana portadora de energía y talento que requiere nuestra patria para apalancar el progreso en base al trabajo y al esfuerzo. Nos enseñaron a ser honestos, responsables, siempre en la mira puesta en el futuro, tanto de nosotros, como de la sociedad y el país que lo reclama. Nuestros padres dieron tanto con tan poco. Aprendimos que el tiempo es oro: “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy” Aprendimos también, que toda riqueza sin esfuerzo es el pecado capital que hunde a una sociedad y al país en su conjunto.
Sentimos hoy con tristeza como los cambios sociales fueron enterrando costumbres esenciales del hogar, la aparición de la tecnología y los inventos transformaron todo lo bueno en nombre de la civilización; ahora la preocupación mayor es el confort; la llegada del “ayudante de cocina” la televisión, la moda, la sociedad de consumo trastocó valores esenciales; la mesa como centro de compartimiento familiar desapareció como tal, ahora cada quién vive en su cuarto como una isla humana, ataviado de vericuetos tecnológicos, juegos cibernéticos, internet, que obligatoriamente conducen al individualismo alienante. Por esas ventanas virtuales entra todo tipo de virus demenciales que tienen como objetivo cambiar el comportamiento en pro de la robotización del ser humano; valdría decir, estamos en una sociedad dónde la premisa mayor es: úsese y bótese.
No hay comentarios:
Publicar un comentario