En este de mes de marzo celebran en las escuelas el Día Mundial del Agua, por casualidad, guardo desde niño una anécdota o relato sobre el “pocito de Mimbate” que me enseñó a enamorar y amar la naturaleza.
Mimbate, es una comunidad campesina ubicada en la parte alta y paramera del municipio Trujillo, cuya carretera vieja conduce al jardín de Venezuela. Allí estaba asentada la semilla genealógica de mi familia materna.
Durante mi infancia- adolescencia aprovechábamos las vacaciones escolares y nos mudábamos por dos meses, a convivir con nuestros abuelos, con los pájaros, árboles frutales y todos esos animales domésticos que complementan de manera maravillosa la vida campesina.
Todo amanecer campesino es un ensueño mágico, uno se convierte como una cosa chiquita ante la inmensidad de la naturaleza: el olor a tierra morada, a mastranto, amanecer con nubarrones corriendo con el viento como queriendo abrazar la montaña, gotas de rocío, el tiznar de los pájaros, cantar de gallos, el calor afectivo del fogón que se enciende como altar al dios pan, lluvias encantadoras que enamoran y miman sueños de vida que caen como una gracia divina para premiar la faena del campo.
Había en Mimbate un sitio muy especial y encantador, rodeado de piedras húmedas y lavadas de donde brotaban gotas cristalinas. El pozo lo era todo, allí concurríamos por las mañanas y tardes a buscar el líquido cristalino, transparente, divino, vital, embriagador e inspirador. Aprendimos que el pozo se convirtió en un ente espiritual y material, que se va sembrando en el alma del campesino.
El pocito era el sitio donde se daban cita los amores anónimos, donde se hablaba de las cosechas, conuco, del trueque de productos. Siempre que visitaba el pocito lo observaba con miradas que hablan, algunas veces lo veía triste como si quisiera llorar por los fantasmas de la sequía, otras veces lo veía alegre con el croar de los sapitos que anunciaban la venida de las lluvias. El pocito, al igual que la laguna y el lago, son los tres ojos donde se refleja el arcoíris para enseñarnos que la vida es de múltiples colores siempre y cuando entendamos que el agua es el collar de la vida.
En aquellas miradas pueriles que siempre se anidan en nuestros egos, están vivos las imágenes y los recuerdos vírgenes que se avivan como aquellas ortigas olorosas que enamoraban y curaban hasta el “mal de amores”.
Hace muchos años mis ojos se despidieron de aquel lindo y bello panorama natural, lleno de secretos humanos y divinos que hoy todavía viajan como pasajeros peregrinos del tiempo. Allá nos vemos. Allá hablamos. Allá en donde una vez mi abuelo con toda la inocencia de su niñez le regaló una flor de “siempre viva” que resumía todo el sentimiento afectivo hacía quién siempre sería el amor de su vida.
En estos tiempos donde el deterioro ambiental se traduce en sequías que ponen en peligro la vida en la planeta, es placentero recordar estas humildes elegías a la celebración del Día Mundial del Agua, recordando que sin ella no hay vida. Tenemos que volver la mirada a nuestra naturaleza con el mayor respeto por ser la madre mayor que nos da el sustento en todas las aristas de la vida, recordando siempre que los robots no toman agua.
El futuro de la humanidad está en el pocito, ¡no permitamos que se seque! Se trata de una mirada ecológica a nuestro devenir como género humano.
Saúl Briceño
saulbrifer2011@hotmail.com
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