Ah rigor! como entristece el deterioro ambiental provocado por el hombre, en su afán de lucrarse a cuesta del daño a nuestro entorno vital. A mi memoria llegan como visitantes peregrinos aquello bellos recuerdos de nuestra infancia que aparecen y desaparecen en imágenes y retratos que llevamos como acompañantes en esos y continuos y cotidianos viajes en el tren del tiempo. Recuerdo a mi abuelo Andrés tenía la costumbre de contarnos historias de su vida, siempre lo hacía sentado al lado del fogón. Un día le dio por relatarnos la historia del " pocito de Mimbate " y comenzó a contarnos que ese pocito jamás lo olvida, porque fue allí donde enamoró a mi abuela Marí Antonia. EL Pocito - decía- es como un embrujo que curaba el " mal de amores" allí, se daban cita amores clandestinos y lo digo, porque en mi época, siempre se oía: Allá nos vemos! en el pozo, allá hablamos! Les cuento que había una pareja que se enamoraron de tal manera, que necesitaban verse a pesar del riesgo que corrían ambos, puesto que la muchacha era hija de Don Fortunato, hombre acaudalado pero muy severo, además de pertenecer a una montonera de un caudillo muy allegado al General Juan Vicente Gómez. Ella se llamaba Herlinda, apuesta muchacha a la cual la naturaleza la había dotado de todos los atributos que Dios le pueda conceder a una mujer, era como una " Manzanita en un Bodegón" A don Fortunato se le oía decir en las galleras y en los velorios y saraos que acostumbraba visitar: que él no permitiría que su hija se casara porque sus herencias serían disfrutadas por gente ajena, que usaba el "amor" como cebo para cazar fortunas y que el primero que se atreviera a enamorar a su hija era mejor que cavara su tumba. Esta sentencia de don Fortunato sonaba como campana a los oídos de todos los admiradores que se daban cita en el pocito a la espera de Herlinda para mirarla, especialmente, su prometido Arnoldo, quién siempre dejaba una flor de olorosas Ortigas como señuelo para señalar y recordar el sitio de la próxima cita de aquellos " amores de pozo" No tardó en llegar a oídos de don Fortunato, quién ordenó como castigo encerrar a su hija y no dejarla salir, muchos menos, ir al pozo. La ausencia de la muchacha desesperó a su Romeo, quien impulsado por aquel volcán de pasiones que no lo dejaba dormir y le ocasionaba pesadillas, optó por presentársele a don Fortunato, confesando su amor por la hija y le notificó que desde que Herlinda estaba prisionera el pozo se había secado y que sin el agua del pocito no habrá vida en Mimbate. Don Fortunado luchó con sus fantasmas de orgullo y doblegó ante el amor sincero del joven Arnaldo, sin embargo, le puso como penitencia cavar un nuevo pozo en una roca madre en plena montaña cuya distancia coincidía con el alcance de su vetusta mirada.EL joven enamorado aceptó el reto sin excusas, estuvo excavando día y noche por 5 días hasta que por fin brotó agua. Don Fortunato todo sorprendido por la osadía de Arnoldo le dijo: "El amor es el cántaro que llena las sequías del corazón" Herlinda se marchó con su amado y vuelven a visitar el "pocito del amor" que rodeado de nubes y lluvias volvió a brotar agua conviertiendo todo en una leyenda de amor andino.
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