Saúl Briceño.- Una de las características del trujillano es su solidaridad, hacer amigos y favores; hacer el bien sin mirar a quién, es el camino que guía la idiosincrasia del ser trujillano. Ese manantial de virtudes humanas proviene de la vida campestre, donde se aprende a compartir el pan y el amor con el prójimo. Así somos los “gochos” decía Pablo, un lugareño que tenía como medio de sustento una camioneta pick-up con una batea amplia, que utilizaba para mudanzas, vender mercancías, y algunas veces, cuando las circunstancias lo ameritaban, hacia las veces de transporte público.
Su ruta o labor cotidiana la realizaba entre los caseríos de Flor de Patria, la Concepción y la capital Trujillo. La camioneta de Pablo se hizo famosa, llegó a ser bautizada como “La Pampero”, porque su dueño los fines de semana se montaba sin bajarse del denominado “caballito frenao”. La batea de su amada Pampero se llenaba de borrachos, para llevarlos a su casa a altas horas de la madrugada. Un día, estando en Flor de Patria se muere un señor, pero en el lugar no hay funeraria, por lo que llaman a Pablo para que se dirija a Trujillo a comprar un ataúd, diligencia que hace, pero al regreso le suceden unas sorpresas, que hacen pensar a Pablo, que el propio difunto no quería que lo enterraran.
Al regreso de Trujillo a Flor de Patria se aparecen en el trayecto dos amigos: “El Chingo” y “La Surupa”, que le piden la cola. Estos se ubican en los puestos delanteros y siguen la ruta trazada. Todo iba, a decir de Pablo “viento en popa”, pero más adelante se topan con el “Gordo Ganzúa”, quien solicita la cola y se sube a la batea al lado del ataúd. A mitad de camino comienza a llover a manera de lo que los andinos llaman “tremendo palo de agua” y el gordo comienza a incomodarse, por lo que Pablo le sugiere que se meta en el ataúd mientras pasa el torrencial aguacero.
El “Gordo Ganzúa” no quedándole otra alternativa, se introduce en la caja mortuoria y se queda dormido. Pasando por la Concepción se aparece otro amigo apodado “la rockola”, muy conocido por el arte de doblar las mejores canciones románticas de la época. Éste le ruega que le dé la cola y Pablo que nació para hacerle la segunda a cualquier mortal, lo invita a que se suba a la batea. Éste sube, no sin antes persignarse ante el féretro, que daba al ambiente un hálito de miedo y misterio.
Ya muriendo la tarde y acercándose a Flor de Patria, el invierno no se siente, por lo que “El Gordo Ganzúa” abre la tapa del ataúd y se sienta todo sudado. Inmediatamente “la rockola” en medio del shock, se espanta y se tira de la camioneta, el gordo también sorprendido y confundido, se lanza del vehículo, porque pensó que se le había aparecido el propio difunto, reclamándole la profanación de su esperado recinto. Los dos fueron ingresados a un centro asistencial, quedando ambos en sillas de rueda. De ahí en adelante la camioneta de Pablo fue re-bautizada como la “furgoneta forense” y más nadie volvió a pedir una cola.